«Las facultades que determinan nuestra inteligencia, nuestra experiencia vital y nuestra manera de relacionarnos socialmente después de los veintiún años, son el resultado de que en la primera infancia nos hayan potenciado saber jugar adecuadamente.»
¿A qué juega hoy en día el niño en la etapa preescolar? En lugar de una respuesta, cada vez se oye a más madres decir con pesar: «mi hijo no sabe jugar. O alborota como una salvaje o está por ahí aburrido; si yo no le doy una ocupación, no hace nada que tenga sentido».
La capacidad de los niños para jugar parece ir disminuyendo cada vez más. Con frecuencia, para estimularlos, los padres preocupados compran un juguete tras otro. Pero esto únicamente empeora la situación. En su habitación llena hasta los topes está el niño sin saber qué hacer.
¿Qué es lo que quiere el pequeño al venir a este mundo? Quiere vivenciar el mundo, quiere aprender a vivir. Este pequeño ser es todo órgano sensorial. Cada percepción impresiona el cuerpo entero. Cuando el lactante es amamantado, hasta las pequeñas manos y los piececitos sienten el sabor de la leche. Si un niño de tres años oye los golpes de un martillo, no puede evitar martillear él también al mismo tiempo. El cuerpo entero disfruta del maravilloso ruido.
Sin control, penetran las impresiones en el cuerpo del niño pequeño y el cuerpo responde a estas impresiones. Juega con ellas, imita. El niño no puede reaccionar de otra manera más que respondiendo a las impresiones que recibe con la imitación, con la constante repetición. Practicando de este modo se introduce en la vida. Y es a esto a lo que nos referimos cuando hablamos del «juego» con respecto al niño pequeño.
Como al pez le corresponde el nadar, así al niño le corresponde el jugar.
¿Qué ocurre con un pez si se lo pone en un recipiente demasiado estrecho? Empezará a dar coletazos o se quedará quieto y apático. ¿No están nuestros hijos en una situación bastante semejante?
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